Respuesta a un artículo de Guillermo Mariaca

Llama la atención la pobreza del debate público en temas educativos. Esto ocurre no solamente porque el gobierno central, por intermedio del ministerio de educación, ha dedicado sus esfuerzos más a la publicidad que a impulsar el debate público; sino también porque la educación escolarizada ha recibido poca atención desde el mundo intelectual boliviano. Las esporádicas incursiones de intelectuales formados en otras áreas sobre el tema educativo, suelen caer con demasiada frecuencia en un simplismo e ingenuidad incapaces de generar propuestas serias de reformas a las políticas públicas en educación.

En un artículo de opinión publicado el viernes 13 de febrero, Guillermo Mariaca expone su preocupación acerca del futuro de la educación escolarizada en Bolivia. Lamentablemente su opinión reduce y distorsiona el tema que pretende exponer: la captación, permanencia y formación del personal docente. En primer lugar se opone artificialmente el derecho al trabajo y el derecho a la educación. Guillermo Mariaca parece pensar que los derechos laborales de los trabajadores del magisterio son un atentado en contra del derecho a la educación. De manera general pareciera sugerir que la eliminación de esos derechos laborales proveerá de un mejor futuro a la educación escolarizada. Lo que parece asomarse detrás de esto es la idea de que la mano invisible del mercado proveerá mejores servicios y que, sometidos a libre competencia, los proveedores de la educación (maestros) se verán obligados a mejorar su oferta. Estas ideas fueron harto repetidas en la época más dura del liberalismo de los años 90`s, contexto en el cual se llevaron a cabo las entregas de las normales a instituciones de educación superior.

Este segundo punto, la entrega de las normales a otras instituciones de formación superior, se entiende de la misma manera en que se entiende la privatización de empresas públicas. El estado ha fracasado en la provisión de un servicio (léase formación docente) y resulta más efectivo entregar esa labor a instituciones del ámbito extra-estatal (universidades autónomas y privadas). Si bien los resultados de la formación docente pueden llevar las preferencias hacia uno u otro lado, es necesario poner sobre la mesa las ideas que parecen sustentar el artículo al que hacemos mención.

De manera un tanto graciosa aparece otra idea de Guillermo Mariaca: el docente aristócrata. El rechazo a derechos laborales se convierte de esta manera en la lucha en contra de la aristocracia docente. Esto ignora profundamente las realidades del trabajo docente y las motivaciones que llevan a alguien a seguir la profesión docente. Lamentablemente y salvo importantes excepciones, hay poca investigación en lo que podría llamarse una antropología del docente. Sin embargo, el que mínimamente haya observado con detenimiento el trabajo docente, difícilmente podrá equipararlo con la vida de la aristocracia europea.

En realidad los problemas que Guillermo Mariaca pone en cuestión pueden reformularse de manera que generen un debate productivo. Por ejemplo, más allá de asumir su vocación aristócrata, es necesario preguntarse quiénes son los que optan por una carrera docente en Bolivia. O más allá de criticar la existencia de derechos laborales, cabe plantearse su relación con la calidad del servicio ofertado y, si anticipamos temas de discusión ni siquiera planteados, cabe reflexionar sobre las características propias del trabajo docente, más cerca en nuestro país al trabajo técnico manual que al trabajo liberal profesional. Finalmente, una pregunta hasta ahora inexistente para las autoridades e intelectuales debe surgir con fuerza: ¿Cómo logramos atraer a los mejores hombres y mujeres a la profesión docente?